domingo, 11 de diciembre de 2016

Lo que hace volver

Cada tanto la vida se manda una de estas, que te (me en realidad) obligan a volver acá. 
Hace un par de semanas, empecé a notar que el techo de mi baño estaba un poco manchado. Manchas grises, nada que temer dados los años que hace que no lo pintamos, pero manchas que antes no había visto. O al menos no recordaba. Ahí entró la incógnita: ¿será que el techo es tan alto que no lo miro nunca? ¿O será que esas manchas son nuevas? Idas y vueltas con el consorcio y los caños del vecino, el encargado y demás pormenores al margen, el techo efectivamente empezó a caerse. Descascararse y gotear, para ser exactos. Al margen del peligro que puede representar la inminente caída de pedazos de cielo raso, algo agrava la cuestión, y es que el agua que se filtra dentro de las paredes nos dejó sin luz hace dos días. Léase: sin Netflix, sin wifi, sin ventilador, sin baterías que cargar ni música que escuchar.


Así es que de pronto me encuentro a lo viajera, sentada en un bar escribiendo. Un cortado doble, la computadora sobre la mesa, los desconocidos entrando y saliendo y la ventana por la que veo pasar transeúntes mientras escribo, me hacen sentir de viaje, en otro lugar. Y empieza a gustarme esto de jugar a ser extranjera, cambiar la mirada, afilar el lápiz y dominguear como quien no quiere la cosa, otra vez haciendo camino.