Partimos
de la base de que somos profundamente afortunados, y tenemos conciencia de
ello. Si andar viajando por el mundo, disfrutando cada pasito, conociendo gente
hermosa, paisajes alucinantes, probando cosas nuevas, sabores distintos,
músicas diversas es motivo suficiente para estar en el presente y disfrutar sin
queja, resulta que cada vez nos adentramos más en esa ola. La no queja (o la
poca queja en realidad) se volvió más que un ejercicio, un hábito consciente en
esta vida viajera. Y hemos comprobado que tiene sus beneficios.
No
solamente somos más felices sin queja, en lo personal y en lo que contagiamos,
sino que además fuimos premiados en varias ocasiones. Cuando llegamos a Gili
Trawangan, isla repleta de gente, bajamos del bote y encaramos al homestay que habíamos reservado por
internet dos días antes. Caminando entre caballos y bicicletas llegamos a la
puerta del que parecía ser nuestro lugar. Entramos, saludamos a una pareja de
extranjeros, y salió un viejito de atrás de una casita mínima, diciendo “Luis”.
Los dos nos damos vuelta y sonreímos respondiendo al llamado. El señor se
disculpa y nos dice que no tiene más lugar, que por cuestiones de internet y la
velocidad de la conexión, cuando recibió nuestra reserva (que a nosotros ya nos
daba como confirmada) ya tenía sus cuartos ocupados. Nos miramos, resignados y
sin molestia, le dimos las gracias al viejito divino que se disculpaba y nos
sonreía con toda su cara, y salimos a buscar otro lugar. Finalmente terminamos
en “Kebun mas”, un lugar muy lindo, con camastro afuera, un buenísimo espacio
verde, aire acondicionado y mejor ubicado, por el mismo precio. La lección
siguiente fue en Kuta Lombok, donde ligamos picadita de regalo en un restaurant,
después de haber pedido dos platos que no tenían. Obviamente todo esto es
posible por la enorme generosidad de la gente que habita estas tierras. Con sus
corazones enormes y sus ganas de hacer feliz a quien los visita.
Nuestra
última noche en Kuta Lombok fue una delicia. Habíamos conocido a unos franceses
en un taxi compartido (cosas que pasan cuando uno se desplaza de aquí pa allá
constantemente), y resulta que terminamos siendo vecinos de homestay. Ellos paraban en “lo de Eric”
y nosotros en el “Honey Bee”, separados apenas por algunos metros, cuyos dueños
son primos. Así que quedamos en tomar unas cervezas en la “galería” de su
cuarto. Entre birras terminamos compartiendo el rato con otra pareja, una
francesa y un marroquí, y Yuri, un ruso que hace dos años vive en Indonesia,
surfeando y nada más. Charla va y viene, el tiempo pasó y de pronto nos
dimos cuenta que iba siendo hora de comer. En ese momento, llegó Eric (el dueño
del homestay, evidentemente) con una
olla de arroz, un plato lleno de pescado, otro rebosante de verduras y un bowl
con piel de búfalo flotando en una salsa que, según afirmaron los carnívoros, estaba
muy muuuy picante. Comimos todos con la mano, a lo local, sentados sobre una tarima, charlando en un megamix de idiomas, brindando por el encuentro y disfrutando de la generosa invitación de Eric que, exceptuando el detalle de que tiene un pájaro atado de una patita en una rama y otros varios encerrados,resultó un anfitrión más que amigable, nos invitó a conocer su casa y nos abrió las puertas a su vida.
Es
imposible describir, contar, transmitir cada uno de los pasos que vamos dando,
cada persona que el camino nos va presentando… pero es lindo intentar hacer un resumen virtual,
compartir un pedazo de todo esto, que tan enamorados y encantados nos tiene.
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